Según avanza la vida, la interminable lista de aspiraciones con la que comenzamos se va reduciendo. Muy al principio desaparecieron el tren eléctrico, la mirada de la muchacha y disfrutar de saltar sobre charcos como océanos.
Más adelante se perdieron la lealtad incorruptible del amigo, el dormir a pierna suelta, y la complicidad del padre.
Ahora la única esperanza que albergo, y por la que rezaría al dios en que no creo, es la de no sobrevivir a mis hijos.
5 Experimentos:
La comparto contigo, amigo mío.
¡Se me ponen los pelos de punta!
Muy cierto esto que sientes.
Desde la Enterprise y soñando con mirar el Maditerráneo, te saludo.
Ah el miedo a sobrevivirlos..., dicen que eso lo sufren los que tuvieron padres que fallecieron jóvenes, y que cuando uno llega a esa edad lo experimenta. Eso dicen, a mi me faltan un par de años aún.
Hermoso blog, seguiré chusmeando.
Saludos!
Quizás haya que aparcar las esperanzas cuando no podemos influir en ellas.
Más vale esperar que no desesperemos cualquiera que sea el futuro que la vida nos depare.
Todo lo demás es dar alas al miedo.
Abrazos
y aunque el sentimiento pueda ser compartido por muchos, qué bella forma de expresarlo.
Publicar un comentario