Yo todavía la amaba. Por eso acepté su encargo: escríbeme un poema a la luz. Como solía, el tono de su petición era el de un oncólogo descartando la muerte. Al principio me sentí muy animado: nuestra relación languidecía, por lo que me pareció una última oportunidad para reflotar lo que quedaba entre nosotros.
Casi de inmediato intenté estructurar las escasas ideas que tenía, inventariándolas: la fotosíntesis, las sombras deslizándose por entre los objetos, la separación entre el día y la noche… Según me adentraba en el mundo de la luz y de los brillos me fui dando cuenta de la tremenda complejidad que encerraba. Por el contrario, la idea de la oscuridad, su antónimo, se me presentaba más accesible, mucho más bondadosa: a ella se entregaban los amantes lejos de las miradas inoportunas, allí el ladrón urdía sus fechorías… Y así, conforme iba descartando las opciones que había contemplado para estructurar el poema comenzó a rondarme la idea de abandonar. Mis intentos de escribir los primeros versos chocaban contra un muro espeso e inaccesible. La luz, con una ironía que me exasperaba, me sumía en las tinieblas.
Tenía otros escritos entre manos: un blog al que debía dedicarle unas horas al día, el curso de Escritura creativa que acababa de comenzar, otras poesías que estaban en marcha… pero no lograba apartar mi atención del poema de la luz. Cuando cogía la pluma, la cabeza y las ganas volaban hasta él. Comenzaba a convertirse en una obsesión. Pero los días pasaban y no había avances destacables.
Unas dos semanas después de recibir el encargo, aproximadamente, me llegó como un portazo la idea que llevaba tanto tiempo buscando: la existencia. Los objetos sólo existen para nosotros si somos capaces de percibirlos. Realicé una recopilación de las diferentes cosas que me venían a la cabeza: las ramas de los árboles, las partituras que acaban de presenciar un concierto, los automóviles, las manos que gesticulan al hablar… todo obtenía la vida cuando la luz incidía sobre ellos. Pero no como un nacimiento sino como una resurrección, pues era algo que se repetía una vez y otra.
Con la idea central afianzada, necesitaba ahora establecer de qué forma se producía la interacción: un manto de luz, la luz bañándolo todo… Todas ellas, imágenes utilizadas infinidad de veces. Debía buscar algo nuevo. Tras mucho reflexionar, y otra vez de golpe, me vino la solución: el abrazo. La luz no sería un manto plano que se extendía ante nosotros, ni un líquido que empapaba todo. La luz debía ser una madre que sostenía delicadamente a sus moribundos hijos, alejándolos de la muerte. Casi al instante se me hizo presente la imagen de una diosa cuyas manos sostienen al cuerpo de un guerrero, inundándolo con el aliento que lo devolvería a la vida. Consulté con amigos, hurgué por mis libros intentando encontrar la imagen que se ajustara a ello, recorrí mentalmente la mitología y siempre me volvía la misma escena: Afrodita salvando a Paris de una muerte honrosa.
Ahora sí estaban todas las premisas en mi cabeza. Los últimos días los pasé tratando de plasmar por escrito tal barullo de pensamientos. Y casi sin darme cuenta, el poema iba saliendo. Los octosílabos comenzaron a brotar uno tras otro: despiadados automóviles, las manos que aletean… los adjetivos desfilaban ante el diccionario.
Y a medida que se aproximaba el desenlace notaba la presión de la urgencia. Y aumentaba el miedo al estancamiento. Todos los mecanismos de mi cerebro trabajaban frenéticamente. Las palabras pasaban ante mis ojos. Debía captarlas antes de que desaparecieran en el olvido. Ya no servía el teclado. Recuperé el lápiz y el papel para poder emborronar y tachar.
Al terminar, cuando escribí los últimos versos (otorgándoles la vida, devolviéndoles su aliento) experimenté algo muy parecido al agotamiento tras una noche de lujuria: mi cuerpo y mi cabeza notaban una intensa fatiga, pero mi alma estaba eufórica. Leía y releía cada estrofa notando cómo las palabras me atravesaban, me seducían mirándome con la coquetería de una jinetera. Lo mandé por correo electrónico a varios amigos experimentando el orgullo de quien, con la cartera llena, exhibe a una hembra que no le pertenece.
Tardé en mandárselo a ella. Finalmente, aquel poema ya no era suyo. Claro, ni mío.
21 Experimentos:
Te entiendo muy bien.
Te esfuerzas en un poema y al final, tras compartirlo descubres que no es ni tuyo ni de quien te inspira
Al leer tu reflexión sobre la existencia me vino a la mente algo así de un poema -de Benjamín Prado, citado de memoria- premiado en un concurso de SMS para móvil:
"Cuando no te llamo eres un número vacío".
Abrazos
Muy buen texto, sin duda. Aunque intentaré esforzarme un poco más, el final no lo acabo de pillar.
Saludos moscugaéticos.
Los poemas no deberían ser la respuesta a un encargo, y mucho menos un remiendo a un descosido.
El final me parece justo y merecido.
Lo olvidaba: aunque sea el poema más bello.
Es la diferencia entre escribir un poema por encargo o por gusto, a escribirlo por sí mismo, por amor. Lo primero es más difícil y meritorio, lo segundo es respirar, si no lo haces estás muerto. Por eso vivimos en el mundo de las tinieblas.
¿Por qué un poema no debería ser la respuesta a un encargo?
E.
Eso me pregunto yo, E. Todos escribimos por encargo. De alguna forma. Quién lo haga o porqué, es otra cuestión.
En este caso el encargo es por la persona receptora del poema (o eso he entendido) y si al poeta no le ha salido en su momento hacerlo por inspiración propia, mal asunto.
Pero sólo era una opinión. En mi caso no escribo ni pinto por encargo, a no ser que sean las musas quienes me lo pidan.
Mis disculpas si ha molestado a alguien mi comentario, desde luego no era la intención.
Luego creas por encargo de las musas. O de ti misma.
Es un buen motivo para hacerlo. Como lo es, desde mi punto de vista, el que nos da el amor debido.
Y no te preocupes, India: tú no molestas en absoluto.
Después de leer este post, he ido a ver el poema.
Es hermoso, y no tiene faltas :)
Creo que lo más apasionante de escribir es ESCRIBIR. El proceso de creación. Parirlo.
Cuando has acabado, efectivamente, no es tuyo ni de nadie. Y te deja seco.
Pero aliviado.
Un placer, escéptico.
Un beso.
Los poemas, al final, son siempre las musas las que los encargan... y las que los dictan si es que quieren que el encargo llegue a buen fin. Que se inicie por un motivo o por otro tiene poco que ver. Al final sabemos si hemos salido bien (si nos han dictado bien) o no. Los sabemos.
Comparto la opinión de que está muy bien desarrollado el proceso creativo. Así se vive, con pequeñas variantes quizá según casos, pero así es.
En cuanto al poema, en mi opinión (para mi gusto) le falla algo la forma. Octosílabos, heptasílabos, exasílabos, rimas asonantes que aparecen y desaparecen... Merecería una revisión (sólo lo que yo opino, conste).
Dice el personaje Laura Jáuregui en Los detectives amaestrados: "Se puede conquistar a una muchacha con un poema, pero no se la puede retener con un poema. Vaya, ni siquiera con un movimiento poético".
Es sólo un personaje de novela. Egocéntrico y probablemente despechado. Pero a mí me da en la nariz que tiene razón. Aunque, si así lo deseas, ojalá que tu realidad la desmienta.
Un beso
Era Los detectives salvajes, claro, qué lapsus proveniente del mundo de la bloggosfera, y yo que ando medio dormida.
La inspiración fue, primeramente, aliento divino. La Ilíada comienza con el Canta, oh musa. Con el tiempo la inspiración pasó a ser genio interno, dios interior, y así pudimos igualarnos a los dioses.
Por encargo de Cayo Mecenas escribió Virgilio Las Geórgicas; por encargo componía Bach. Por encargo se escribieron las obras más grandes.
Yo apreció como nada en el arte la técnica, el oficio, la búsqueda, la enajenación; desconfío de la inspiración como generadora. La inspiración que me agrada observar es aquella que suscita en mí la obra contemplada, no la que produce a la obra.
E.
Y otros, que escriben como si nada, y el verso sale como una flecha...
Saludos.-
E:
Inspiración: "Efecto de sentir el escritor, el orador o el artista el singular y eficaz estímulo que le hace producir espontáneamente y como sin esfuerzo."
Si a un momento de inspiración, le agregas, técnica, oficio, búsqueda y enajenación, probablemente obtengas una obra maestra.
Sentenciar que por encargo se escribieron las obras más grandes, me parece un poco exagerado.
Y es una lástima que te pierdas los matices que una inspiración, proporcionan a una obra de arte.
Un saludo! :)
Cuando uno escribe, a veces siente que las palabras, una ve plasmadas, dejan de pertenecernos, ni a nosotros ni a nadie. Que pasan a formar parte de quien las lee y las hace propias.
Seguramente es entonces cuando de verdad cobran vida :-)
Lo más apasionante de escribir te lo hayn pedido o no es la búsqueda interna por encontrar imágenes, colores, aromas y luego por fin la idea redonda. Que da una alegría infinita a quién escribe.
Bss. Muy bueno tu blog.
Sólo decir que aún quedan enajenados que escriben poéticas -no sólo poemas formales, sino poéticas en cada texto, a renglones, a jirones o en pedazos- porque sí, y no sólo eso, sino sabiendo perfectamente que serán inútiles, que no habrá renta ni prebenda, que caerán en el olvido, que no mojarán la tierra yerma, que todo quedará estéril.
Lo saben desde el primer instante. Y aún así, lo hacen.
Es incomprensible, e inevitable.
Es un asco de fe, y un acto de mierda, estar así de loco. Pero es mi naturaleza...
Qué buen texto, Joan.
La existencia y la luz.
La luz abrazando la existencia, custodiando la vida.
Aunque, la vida refleja los colores de la luz que no absorbe.
Un abrazo desde la Enterprise.
Omitiré mi impulso de discrepar acerca de "encargar" o no un poema, por ser una disertación demasiado extensa.
Centrándome en tu relato-continuo y a bocajarro- te diré que tu reflexión es basicamente "certera". Como si desconectases la máquina que ha mantenido viva a ese "ella"-mentalmente- y leyeses los ultimos "estertores" de una moribunda en celo. (tu poema).
Suerte con la resurrección.
Olimpia.
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