La zona de carga de este Focker está casi vacía. Sólo hay un par de cajas bien sujetas y unos cuantos paracaídas. Están fijados al banco en el que estoy sentado. El ruido es ensordecedor. La diferencia de presión debida a la altitud ha taponado mis oídos. Todo vibra. Siento como los nervios me atenazan.
De pronto se abre la portezuela trasera. Un vendaval de aire frío entra por ella. Me despeja. Mecánicamente me acerco hasta allí, sujetándome con fuerza donde puedo. Miro hacia abajo, hacia aquel abismo infinito, limpio, tan claro como las imágenes de mi niñez que se agolpan contra la memoria. Parecería que el aeroplano está suspendido de un hilo finísimo, inerte, quieto. Decido no ponerme ninguno de los paracaídas. Y salto.
El descenso es extraordinariamente lento. El viento me golpea en la cara, mueve con fuerza mi ropa y se adueña de mis sentidos. Cierro los ojos y me impregno de la intensidad de este instante. La hago mía. La paladeo. El suelo no se acerca; me observa inmóvil. Y cuando vuelvo a mirar el lugar de mi caída sólo veo la noche del próximo veinticinco. Oscura, cálida y desconocida.
3 Experimentos:
Espero que tu decisión de saltar sin paracaídas sea la acertada y que si no lo es y el golpe no se ve amortiguado, te hayas asegurado antes de que no será mortal.
Comprendo, sin embargo, que hay veces en que los paracaídas sólo pueden resultar un estorbo y que uno debe enfrentarse a una caída mortal para poder renacer aún más vivo.
Por cierto, me da en la nariz de que no eres de los que se presta al juego de los memes, pero por si acaso, tienes una invitación a uno en mi blog.
¡Un beso!
es bueno saltar sin red, escéptico. Brindo por ti.
El vértigo deriva de la atracción que nos provoca el vacío, de su llamada indisoluble de levedad y fin.
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