tienen la jodida facilidad de sacudirme la idiotez
con el infalible atizador de sus palabras,
moviéndome a salir de la apatía.
De removerme los recuerdos.
De reinventarme las ganas de contar.
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Akakús; Libia
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Soy de los afortunados que le han arrancado al desierto alguno de sus secretos. No deben pensar que es una tarea fácil: sabe escamotearlos entre los pliegues de su túnica con la habilidad del brujo. Y disfruta jugando con nosotros.
Me gustaría encontrar las palabras con las que ilustrar qué se siente bajo su techo, qué sensaciones sacuden al recorrer sus estancias. Pero las palabras se escapan, se diluyen. Como si, al profanar sus enigmas, hubiera sido alcanzado por una maldición.
Al reencontrase con el desierto, los primeros días uno se siente perdido. La mente mantiene el ritmo frenético de la civilización, por lo que una de las primeras exigencias que impone, el silencio, atenaza el espíritu, resquebraja los tímpanos. Los pensamientos se amontonan de forma vertiginosa.
Es a partir del tercer día, aproximadamente, cuando cuerpo, alma y espacio comienzan a adquirir una sincronía como ascética. Aquel ovillo de palabras agolpadas en la cabeza durante la búsqueda irracional de nosotros mismos, comienza a desenredarse. Y con una quietud inexplicable intuimos el camino hasta las respuestas.
Entonces las horas que se pasan en los trayectos, sentados sobre incómodos vehículos, mirando por una ventanilla indefinida, cobran todo su sentido. Y se gozan. La mirada ya no busca: se pierde en un lugar invisible situado entre cada una de las rocas, de las grietas. Y se adquiere la sabiduría de la arena.
Me gustaría encontrar las palabras con las que ilustrar qué se siente bajo su techo, qué sensaciones sacuden al recorrer sus estancias. Pero las palabras se escapan, se diluyen. Como si, al profanar sus enigmas, hubiera sido alcanzado por una maldición.
Al reencontrase con el desierto, los primeros días uno se siente perdido. La mente mantiene el ritmo frenético de la civilización, por lo que una de las primeras exigencias que impone, el silencio, atenaza el espíritu, resquebraja los tímpanos. Los pensamientos se amontonan de forma vertiginosa.
Es a partir del tercer día, aproximadamente, cuando cuerpo, alma y espacio comienzan a adquirir una sincronía como ascética. Aquel ovillo de palabras agolpadas en la cabeza durante la búsqueda irracional de nosotros mismos, comienza a desenredarse. Y con una quietud inexplicable intuimos el camino hasta las respuestas.
Entonces las horas que se pasan en los trayectos, sentados sobre incómodos vehículos, mirando por una ventanilla indefinida, cobran todo su sentido. Y se gozan. La mirada ya no busca: se pierde en un lugar invisible situado entre cada una de las rocas, de las grietas. Y se adquiere la sabiduría de la arena.
6 Experimentos:
Me alegra haberte ayudado a salir de la apatía. Y bien que has salido, sí, con la fuerza que requiere una estampida.
Si después de tus comentarios ya has despertado en mí la curiosidad por el desierto, ahora has terminado de rematar la faena.
Nos empeñamos en buscar y con ello sólo obstaculizamos que surjan las respuestas. Si hay un lugar que coarta toda búsqueda y sólo invita a la percepción, y al silencio necesario que nunca nos permitimos, merece la pena haber estado en él al menos una vez.
¡Un beso!
Llego el momento...
http://loquemetocaloscojones.blogspot.com/2007/08/llego-el-momento.html
Un abrazo.
Nunca fui de desiertos y siempre más de nortes y montañas verdes, pero leyéndote se me asoma la curiosidad.
Habrá que agradecérselo a tus inspiradores además de a tus palabras.
Un abrazo
Qué honor!
Pues verá... el desierto es necesario.
Dejar de buscar y encontrar, simplemente.
Dejar la linterna de Diógenes y que sea otra luz la que te ilumine el camino.
Esto va bien :)
Beso.
Hmm... yo creo que en otra vida viví en un desierto... el desierto me apasiona desde siempre... pero no sé por qué...
Comulgo totalmente con tus sensaciones del desierto, e ilustras muy bien con palabras qué se siente allí. A mí la obsesión por contarlo me hizo escribir un relato, "El avión del teniente Pedreña", publicado en la antología "Parábola de los talentos" (Ed. Gens, Madrid, 2007). Perdón por la propaganda.
Preciosa foto del desierto de Libia. Si es tuya, enhorabuena.
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