Richard Strauss compuso al final de su vida, unas piezas de extraordinaria belleza, plagadas de una tristeza de enorme profundidad: “Las cuatro últimas canciones”. Pocas composiciones han logrado hacerme llorar. “Im abendrot” (“Al ocaso”) es una de ellas. Compuesta a partir de un poema de Joseph von Eichendorff, logra, sin estridencias expresivas, sumir en una honda melancolía. Uno no es el mismo después de haberse enfrentado a ella en soledad.
Tras finalizar la guerra más brutal que la humanidad había conocido, Richard Strauss escribió en 1948 la que sería su obra final tratando de plasmar en ella la enorme devastación que los años de barbarie habían dejado en su alma. Él, cuya postura política en el inicio de la contienda había producido una de las controversias más apasionadas dentro del panorama musical del siglo XX, entregaba a la humanidad el testamento doloroso y arrepentido de toda una generación de alemanes.
Pocas veces el hombre ha cometido tal número de atrocidades, condensadas en tan corto espacio de tiempo. ¿Hasta dónde puede llegar un ser humano en la inmersión hacia las simas de la locura? ¿Cuáles serían los límites que marcan la lucidez de nuestra parte oscura? Creemos que estamos a salvo del desconocido goce del sádico, que nos es ajeno, pero no me cabe duda de que cada uno de nosotros encierra en su interior tanta capacidad de crear belleza como de arrasarla. En nuestra mano está lograr el equilibrio.
“Al ocaso”
Joseph von Eichendorff
A través de la necesidad y la alegría
hemos caminado mano a mano;
de este errar descansamos
ahora, sobre el campo silencioso.
A nuestro alrededor se inclinan los valles
se oscurece ya el aire;
sólo dos alondras aún se elevan,
soñando, en la brisa perfumada.
Aproxímate y déjalas vibrar;
pronto será tiempo de dormir,
que no nos extraviemos
en esta soledad.
¡O paz, inmensa y silenciosa,
tan honda al ocaso!
Cuán cansados estamos de caminar,
¿será eso, acaso, la muerte?
4 Experimentos:
pues sí...
cala hondo, y deja un poso de tristeza
Un abrazo, y gracias por tus palabras
(sé lo que me perdería, por eso sigo en pie pese al cansancio)
Hola Escéptico:
un post lleno de sabias palabras. ¿Sabes? con respecto a la "esperanza" mantengo una postura neutra, por no decir escéptica; creo que cuando ya lo tenemos todo perdido "solo nos queda la esperanza",que no deja de ser un sueño en el que se acopla un deseo. (Soy tremendamente soñadora, aunque descarto la esperanza, es largo de explicar).
El Universo mantiene una dinámica indiferente respecto a todas sus criaturas; dado que nosotros procedemos de él, somos él, ¿por qué habríamos de tener un comportamiento diferente? Sin embargo, el ser humano, que se siente diferente o elegido entre las criaturas existentes, al ser propietario de consciencia y voluntad, bien puede sobrepasar esa máxima de indiferencia del Universo y mostrarse "solidario". No es una esperanza, es un hecho, puesto que existen seres humanos que así se manifiestan individulamente.
Rectificar una actitud injusta es una forma de ir contracorriente en el Universo, que ha de expresarse durante toda la vida.
He disfrutado mucho con tu reflexión. Gracias.
Saludos desde la Enterprise.
El comportamiento solidario que mencionas no es un hecho. PUEDE ser un hecho sólo si se produce. Como lo puede ser la crueldad o la bonhomía. Eso implicaría que sí podemos tener la esperanza de que unas u otras aparezcan.
Respecto al Universo, tus palabras desembocan en un terreno farragoso para mí. Yo no sé mucho de él. Prácticamente nada, en realidad.
Pero sin tener certeza de casi nada, sí tengo intuiciones. Y una intuición me dice que puesto que efectivamente cada una de las criaturas SOMOS el universo, no existe tal indiferencia. No creo que el crecimiento de una planta antes de tiempo, el pensamiento lascivo de una joven, la desaparición de una especie o cualquier otro suceso sean actos aislados o indiferentes para el resto del Cosmos. Es tal la cantidad de energía que cada acto desprende o absorbe que la interacción es inevitable.
Así creo que un acto bueno no es algo independiente. Como no lo es la maldad.
Y esas intuiciones a mí, personalmente, me llenan de un sentimiento de responsabilidad. Y vuelven a darme parte de la esperanza perdida. Un cordial saludo,
Joan
Aun a riesgo de parecerte pesado, hay una cita que querría compartir, Hipatia, a propósito de tus líneas:
"Le habló del libro que estaba leyendo, sobre el tiempo, y le explicó la diferencia que existe entre el tiempo de los astrónomos y el del hombre.
Mientras reflexionaba que nada de todo aquello podía serle útil a Martín, sino como mera distracción. Toda consideración abstracta, aunque se refiriese a problemas humanos, no servía para consolar a ningún hombre, para mitigar ninguna de las tristezas y angustias que puede sufrir un ser
concreto de carne y hueso, un pobre ser con ojos que miran ansiosamente (¿hacia qué o hacia quién?), una criatura que sólo sobrevive por la
esperanza. Porque felizmente (pensaba) el hombre no está sólo hecho de desesperación sino de fe y esperanza; no sólo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco únicamente de soledad sino de momentos de comunión y amor. Porque si prevaleciese la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso no es de ninguna manera lo que sucede. Lo que demostraba, a su juicio, la poca importancia de la razón, ya que no es razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos. Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que este mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades. Y este mismo renacer de algo tan descabellado, tan sutil y entrañablemente descabellado, tan desprovisto de todo fundamente es la prueba de que el hombre no es un ser racional.
Y así, apenas los terremotos arrasan una vesta región de Japón o Chile; apenas una gigantesca inundación liquida a centenares de miles de chinos en la región del Yang Tse; apenas una guerra cruel y, para la inmensa mayoría de sus víctimas sin sentido, como la Guerra de los Treinta Años, ha mutilado y torturado, asesinado y violado, incendiado y arrasado a mujeres, niños y pueblos, ya los sobrevivientes, los que sin embargo asistieron, espantados e impotentes, a esas calamidades de la naturaleza o de los hombres, esos mismos seres que en aquellos momentos de desesperación pensaron que nunca más querían vivir y que jamás reconstruirían sus vidas ni podrían reconstruirlas aunque lo quisieran, esos mismos hombres y mujeres (sobre todo mujeres, porque la mujer es la vida misma y la tierra madres, la que jamás pierde un resto de esperanza), esos precarios seres humanos ya empiezan de nuevo, como hormiguitas tontas pero heroicas, a levantar su pequeño mundo de todos los días: mundo pequeño, es cierto, pero por eso mismo más conmovedor. De modo que no eran las ideas las que salvaban al
mundo, no era el intelecto ni la razón, sino todo lo contrario: aquellas insensatas esperanzas de los hombres, su furia persistente para sobrevivir,
su anhelo de respirar mientras sea posible, su pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos los días frente al infortunio. Y si la angustia es la
experiencia de la Nada, algo así como la prueba ontológica de la Nada, ¿No sería la esperanza la prueba de un Sentido Oculto de la Existencia, algo por lo cual vale la pena luchar ? Y siendo la esperanza más poderosa que la angustia (ya que siempre triunfa sobre ella, porque sino todos nos suicidaríamos) ¿No sería que ese Sentido Oculto es más verdadero, por decirlo así, que la famosa Nada?"
XVII, "Los rostros invisibles" (Sobre héroes y tumbas)
Ernesto Sabato.
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