28.9.07

Ignorancia en política.

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(Artículo publicado por Schelling en el Nickjournal)



"Años antes de que Anthony Downs hablara de la “ignorancia racional”, Schumpeter planteó la cuestión de forma deliberadamente provocativa. Un ciudadano corriente, dejó escrito en Capitalismo, socialismo y democracia, “invierte menos esfuerzo disciplinado en dominar un problema político que en una partida de bridge”. ¿No es una completa exageración? Veamos los argumentos y juzguen ustedes.

Observarán que el economista austríaco habla de “inversión”, lo que nos remite a los costes y beneficios que supone llegar a dominar un problema político. Esa es la línea argumental habitual para explicar por qué es racional ser ignorante en política: ¿cuáles serían los incentivos de un ciudadano para adquirir un conocimiento serio de los problemas políticos del país y formarse un juicio bien meditado sobre ellos? Un estudio concienzudo de los múltiples asuntos públicos requiere atención y tiempo, mucho más del que empleamos en la somera lectura del periódico con el café de la mañana. Cuanto mayor es el caudal de información disponible, que hoy es ciertamente abrumador, precisamente porque resulta más accesible que nunca, más tiempo necesitaremos para cribarla, analizarla y extraer conclusiones relevantes; sin mencionar que la atención a los detalles y technicalities suele ser ardua o que el seguimiento de los problemas exige cierta constancia. Pero además se trata de la inversión en un bien público, pues si con su opinión y con su voto el ciudadano bien informado promueve mejores políticas, los efectos de éstas beneficiarán al conjunto de los ciudadanos, estén o no bien informados. De forma que nuestro ciudadano bien informado correrá individualmente con los costes de informarse bien, mientras que los posibles beneficios se extenderán al conjunto de la sociedad y sólo participara de ellos como uno más. Con todo, más importante aún es otra cosa: cuál es la probabilidad de que el voto de nuestro ciudadano bien informado sea decisivo a la hora de determinar la mejor política, teniendo en cuenta que el peso de su voto se diluirá conforme aumente el cuerpo electoral. En unas elecciones generales como las que se aproximan, la probabilidad de que un voto bien meditado e informado llegue a marcar la diferencia en el resultado electoral es prácticamente cero. En definitiva, dado que su aportación viene a ser insignificante y no cambiará las cosas, no es una inversión atractiva y el ciudadano corriente carecerá de aliciente para ir más allá de una información superficial y barata.

Naturalmente, hay excepciones a lo dicho conocidas por todos. Son aquellas personas que pueden obtener un beneficio personal directo de su conocimiento de los asuntos públicos, como políticos profesionales, periodistas, agentes de grupos de interés o científicos sociales, que consiguen gracias a ello poder, dinero y prestigio. Para el resto, como sugiere Mancur Olson, la información sólo valdrá la pena en la medida en que resulte amena y entretenida, lo que explica no pocas cosas acerca de los medios de comunicación y la extensión del infotainement. No deberíamos sorprendernos, en consecuencia, por el hecho de que los escándalos sexuales, hechos asombrosos y noticias de interés humano consigan mayor atención informativa que los intrincados análisis de la política económica o los detalles técnicos de una reforma legal. Estamos avisados por autores como Olson de que, si la información ha de ser una forma de entretenimiento, tal será el rasero a la hora de decidir qué es noticia.

A nadie se le escapa una consecuencia importante de todo esto: la desinformación convierte a los ciudadanos en presa fácil de las estrategias propagandísticas de líderes, partidos, o grupos de interés o idealistas, o de las informaciones sesgadas y adulteradas que presentan en defensa de sus puntos de vista. Nada nuevo. Sin embargo, un autor como Schumpeter nos invita a dar un paso más y considerar la raíz del problema: si las técnicas persuasivas, como la repetición constante de los mensajes, o la apelación a impresiones y factores extrarracionales, funcionan en política es, en gran medida, porque el ciudadano corriente tiene aquí “la impresión de moverse en un mundo ficticio”, donde su sentido de la realidad se ve atenuado, cuando no se desvanece. Ahí está el contraste que el austriaco ve con los asuntos que están bajo nuestra observación personal, con independencia de lo que diga el periódico, y que afectan directamente a nuestra vida, familia, trabajo, negocios, amigos o cualesquiera intereses y actividades que tengamos. En los asuntos que nos conciernen personalmente, por lo general, tenemos en cuenta los hechos y desarrollamos un sentido de la responsabilidad, que viene dado por la relación directa entre nuestras acciones y sus consecuencias. Ése es el gran problema para Schumpeter: si en su quehacer profesional o sus negocios el ciudadano se somete a las exigencias de la realidad y de la responsabilidad por las consecuencias de sus actos, tal disciplina se relaja o se pierde por completo cuando se ocupa de las cuestiones políticas que no guardan relación directa con sus actividades. Las consecuencias aquí se vuelven inciertas, remotas, o se difuminan socialmente, y el juicio se vuelve liviano en una atmósfera sin gravedad. Incluso en los asuntos locales, que están más a su alcance, el ciudadano muestra “una capacidad limitada para discernir los hechos, una disposición limitada para actuar de acuerdo con ellos y un sentido limitado de la responsabilidad”.

Justamente esas limitaciones son las que explican, a su juicio, que el ciudadano típico lo haga peor cuando discute sobre problemas políticos que cuando juega al bridge, donde al menos encuentra una tarea bien definida, un propósito claro y reglas precisas a las que debe ajustarse. Por lo demás, Schumpeter piensa que para la mayoría de nosotros la discusión sobre los asuntos políticos no ocupa un lugar muy distinto del pasatiempo frívolo: “Normalmente, las grandes cuestiones políticas comparten su lugar, en la economía espiritual del ciudadano típico, con aquellos intereses de las horas de asueto que no han alcanzado el rango de aficiones y con los temas de conversación irresponsable”. Por eso, retrocedemos “a un nivel inferior de prestación mental” cuando abandonamos nuestras actividades serias para interesarnos por los asuntos políticos del día.



El diagnóstico de Schumpeter no es muy alentador ni edificante. La ignorancia del ciudadano o su falta de juicio en cuestiones políticas, que no distingue entre personas instruidas o no, hunde sus raíces en la misma naturaleza humana y no se soluciona con información abundante, como hemos visto. Y es un asunto de indudable importancia, porque la calidad de la política democrática depende de la existencia de un cuerpo electoral bien informado, responsable y exigente. Pero tal vez no deberíamos preocuparnos demasiado por las pegas de aguafiestas como Schumpeter u Olson, pues nos disponemos a probar un nuevo remedio contra los males que describen: una horita semanal de Educación para la ciudadanía. "

7 Experimentos:

Unknown dijo...

Creo que la ignorancia limita la oportunidad de elegir la mejor opción: si desconocemos toda la oferta, igual y nos vemos obligados a seleccionar la menos mala, o no elegir/votar por no encontrar una respuesta satisfactoria.

Ahora bien, la ignorancia no es sinónimo de estupidez. Una cosa es que no comprendamos todos los matices, o el alcance total de una propuesta electoral, etc. y otra que no captemos la idea principal. Y en esto yo creo que estamos aprobados con notable alto.

La gente, aunque adolezca de falta de conocimientos políticos de cierto nivel, sabe perfectamente lo que está haciendo cuando introduce su voto en la urna.

Pensar lo contrario es llamar inmaduro a un pueblo, que no sabe o no está capacitado para decidir por sí mismo. Y de ahí a creerse con derecho a decirle lo que tiene que hacer, lo que puede o no puede leer, oir, decir y pensar, va un paso.

Así empezaron muchos males, porque unos pocos creyeron que eran más listos que los demás e iban a salvar a los pobres desgraciados que no sabían qué les convenía más.

Cuidado con eso.

Todo esto si es que he entendido bien tu post, de lo que no creas que estoy muy segura. Pero ya me corregirás, si quieres.

UN beso mientras

Nosotras mismas dijo...

Hoy tu post es largo y profundo, me lo imprimo y lo leo más tarde.

Saludo y buen fin de semana.

Besos.

ybris dijo...

Denso y sabio artículo.
La verdad es que los alicientes de la política para un ciudadano son escasos y tiene que obrar casi siempre por convencimiento a pesar de su casi cero posibilidad de influir.
Ojalá todos vieran en la educación para la ciudadanía un modo de afianzar ese convencimiento.

Un abrazo

LiLuh dijo...

Tanto hablar, yo soy profesora y en los libros de texto que tanta polémica suscitan sólo veo valores, para aprender y enseñar, no creo que sea nada malo, al contrario.

Por cierto, estoy de vuelta ya. Un beso

AnA dijo...

mmm. Joan quién dijo aquello que el desconocimiento abría puertas??
Entraré en la lógica shumpeteriAnA y te comento después, que hoy ando como ...en círculos.
Besos!
AA

Simplemente Olimpia. dijo...

A falta de mi extensa disertación te dejo mi "consabido".

Olimpia.

Joan Torres dijo...

No se trata de tachar de estúpido a nadie, Tribeca. Pero estoy convencido de que la inmensa mayoría no tiene ni idea de qué implica el voto que emite en unas elecciones.

Es mínima la proporción de electores que lee el programa del partido al que votan; y mucho menor la de aquellos que hacen lo mismo con el de los partidos que rechazan.

Si no hacemos ni siquiera ese acto básico de información, ¿qué parámetros nos ayudan a decidir?

Nos movemos por sensaciones, por simpatías, por comentarios de terceros o, lo que es más grave, influenciados por unos medios de comunicación, sean del signo que sean, que nos manipulan a su antojo (hasta hay asignaturas sobre ello en la carrera de periodismo). Por descontado, son poquísimos los ciudadanos que leen diariamente periódicos de distinto signo para poder contrastar la información.

Yo intenté en una ocasión profundizar en uno de los temas de la actualidad política: el plan hidrológico nacional. Me parecía increíble que políticos de un signo defendieran a ultranza (apoyados por científicos) la opción del trasvase. Por el contrario, al cambiar el color del gobierno, todo el trabajo realizado y el dinero invertido fueron ninguneados, y se comenzó con una nueva hipótesis de trabajo (respaldada, igualmente, por científicos de prestigio).

Intenté documentarme, ir a las fuentes, leer informes técnicos de diferentes organismos internacionales... Todo fue en vano. Existen tantas ventajas como inconvenientes en cualquiera de las dos opciones. Pero lo curioso es ver cómo se inclinaron los dos partidos por una de ellas, haciendo de la misma su estandarte electoral.

Yo sí creo que el pueblo no está capacitado para decidir qué es lo mejor para él mismo. Pues, nos guste o no, la democracia es tan sólo la menos mala de entre todas las opciones.

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